martes, 21 de enero de 2014

El tiempo

Siempre me fascina como de caprichoso y relativo es el tiempo. Como unas horas pueden parecer días, como meses pueden parecer semanas, y como treinta minutos pueden suponer la diferencia entre un día normal y uno bueno. Treinta minutos se pueden pasar volando o hacerse eternos, de lo que depende es de la circunstancia. Pero no hablaré de la relatividad del tiempo, porque para eso tengo amigos que lo hacen mucho mejor, y es una lástima que ya no exista cierto escrito sobre el amor y la relatividad del tiempo, un ejemplo de como mezclar ciencia y sentimientos que se la pondría dura al mismísimo Punset, sin programa ya, una verdadera pena, me encantaba REDES. (Una vez hasta habló de mi superpoder)

Pero sí tengo conclusiones. Una de ellas es que no solo el tiempo es relativo, en realidad lo es todo en la vida. La frontera entre la felicidad y la tristeza, sobre el éxito y el fracaso, sobre ser hoy día del PP o del PSOE, es tan ínfima, que a veces pueden confundirse, y puedes caer a uno u otro lado con un pequeño empujón involuntario. Y puede parecer casi trágico, pasar de la alegría a la ira en cuestión de segundos. Y podría parecer terrible pensar que alguien pueda ser inmensamente feliz e inmensamente triste en solo treinta minutos. Pero creo que no es malo, sino todo lo contrario. Si eres capaz de dar un abrazo y luego derribar un muro a golpes hasta pelarte los nudillos, creo que eres afortunado. Supongo que eso significa estar vivo, y estar vivo es una buena noticia, al menos a veces.

¿Sabes ese momento en el que alguien, de manera repentina e inesperada muere? Todos dicen, medio acojonados, medio sonriendo quitando hierro al asunto "no somos nadie". Es como si en ese instante todos fueran conscientes de lo poco vivos que en realidad están, y durante unos segundos es como si todos tuvieran ganas de vivir realmente, de aprovechar, de decir "voy a mandar todo a tomar por culo y a ser yo mismo". Pero por lo general, como todas las palabras que pronuncia el ser humano, a esas también se las lleva el viento, y esa locura que ha durado milésimas de segundo en el cerebro, que ha encendido una chispa, igual que se encendió se apaga de nuevo, y solo cuando otro desgraciado la palme se encenderá, y así en un bucle estúpido-temporal infinito hasta el día que el desgraciado que muera seas tú, y entonces si eches de menos no haber vivido como esperabas, al menos durante unos miserables treinta minutos.

Y si, ya sé que ahora te falta el aire leyendo, no por la intensidad de lo que escribo, sino por mi plenamente consciente falta de comas cuando redacto algo. Pero oye, no sé escribir, demasiado es que no escribo "me pica un huebo".
Y a todo esto, y ya yéndome del tema, si es que había tema, hoy me han vuelto a enseñar una placa de policía en plan quiero acojonarte. Es la segunda vez en un par de meses. La gente está fatal. Un día os contaré cuando intentaron robarme el coche en marcha en plena autovía. Ahora me río al recordarlo, fue un poco en plan GTA, pero en el momento estaba más tenso que la Cospedal cuando Wert no la dejó levantarse de la silla el otro día.

Y ya.